Hola amigas,
Hoy vengo como respuesta a un impulso. Hoy es miércoles, 15 de Mayo, San Isidro, festivo en Madrid. Aunque aquí en Estados Unidos no es festivo, me he tomado la mañana "libre" para hacer la colada. Cuando me preguntan qué es lo que más echo de menos de España primero contesto con respuesta de Miss: "echo de menos a la gente". Después añado: "y tener la lavadora en casa".
Hoy en la lavandería me he visto involucrada en un unexpected guisao: una mujer latina que no hablaba inglés increpaba al dueño de la lavandería, un encantador y educado hombre chino, porque alguien le había robado su recién estrenado bote de detergente. Shit happens. Al ver que no se entendían, me he ofrecido a hacer de traductora simultánea. Error. No me había dado cuenta hasta ahora de que uno de los requisitos indispensables para ser traductor es la imparcialidad. Carezco. La disputa ha terminado rápido, cuando la mujer se ha dado cuenta de que añadía unas cuantas frases de mi propia cosecha a la traducción de su interlocutor, y que en lugar de increpar a uno, ahora tenía que increpar a dos.
Esta escena me ha recordado que hace mucho mucho tiempo me encantaba ir a la lavandería y pasar allí el rato observando a la gente . Ya no lo hago por dos motivos: 1. porque vivo enfrente de una y es demasiado fácil volver a casa, y 2. porque me engaño pensando que es más productivo seguir trabajando y parar cada 35 minutos para bajar la colada, poner la secadora y recoger la ropa. Mentira.
Pensando en estos años de amor fou por las lavanderías, me he acordado de un texto que escribí en un blog que comencé al llegar a Nueva York, cuando ni siquiera consideraba como opción ser ilustradora. El blog se llamaba The Sappy Hour (Guía dramática de la ciudad de Nueva York). He sentido nostalgia al leerlo, pensando en que ya pocas veces miro con asombro lo que me rodea en esta ciudad. Como cantaba Sabina, las cosas se marchitan cuando las toca la sucia rutina.
Suerte que en su día decidí escribir sobre ello y hoy he podido rescatar el texto tal como lo escribí, con las ilustraciones tal y como fueron dibujadas, en marzo de 2017.
Aquí va:
Laundry Time
Para el observador ávido de historias estrafalarias existe, a parte del submundo que habita el metro de Nueva York, un escenario más íntimo, máspausado, más recogido, desde el que observar con otra perspectiva la esencia de la raza neoyorquina. Y es que una vez lo has pisado, a uno no le queda duda de por qué tantas series y películas lo utilizan como telón de fondo para sus historias. Es la lavandería.
Una no es consciente del lujo que supone tener una lavadora en casa hasta que carece de ella. Hacer la colada en la intimidad de tu hogar, sin nadie observando, sin sentir que (mierda!) te has olvidado de traer el detergente. Meter la ropa en el tambor, darle al botón, seguir con tu vida de mono mientras se lava la ropa.
En Nueva York, a no ser que seas rico, tengas un asistente o seas un cerdo, existen 3 posibles situaciones a la hora de proceder con la colada. Y como con todo en esta ciudad, dependen de dos variables: tiempo y dinero.
- Opción 1: Tienes la suerte de tener una lavadora en tu casa o edificio y haces la colada allí.
- Opción 2: No tienes lavadora ni tiempo pero tienes dinero, de modo que dejas la ropa sucia en la lavandería y ellos hacen la colada por ti.
- Opción 3: No tienes lavadora y no te sobra el dinero, por lo que probablemente tampoco te sobre el tiempo pero lo inviertes en hacer la colada tu mismo en la lavandería de tu barrio.
Yo soy de estas últimas. Y bien sea por tiempo o por dinero, una tiende a acumular ropa sucia como si no hubiera un mañana, que riéte tú de la montaña de basura de los Fraggles. Y bien sea por tiempo, o esta vez simplemente por pereza, lo va dejando, lo va dejando, hasta que llega esa alarma silenciosa en forma de drama doméstico que indica que ya es hora de pisar la lavandería: No quedan bragas limpias.
Bueno, mentira. Sí que quedan. Quedan esas bragas de prettypendeja que compraste pensando (¿en qué coño pensabas?) que le quitarías el aliento a más de uno cuando te las enfundaras en alguna ocasión especial. Naaaaa. Nunca sucedió. No sucedió porque sólo las usas en una única ocasión: Cuando no quedan más bragas útiles en el cajón.
Y sí, una va vestidaparamatar por dentro pero por fuera reúne todos los ArrrrgggdelaCuore. Y es que existe una regla no escrita en la lavandería: el dress code va desde el pijama, como prenda más elegante, hasta todo lo que puedas considerar cómodo en la intimidad de tu casa: chandal, kimono, bata de boatiné, calcetines con chanclas, el camisón de tu abuela, trikini de Borat… Da igual. Estoy segura de que cuando los hermanos Coen daban forma al personaje de El Nota en el Gran Lebowski estaban haciendo la colada.
De modo que llegas, sacas toda la artillería, la metes en la lavadora, haces acopio de todos los quarters que has ido guardando y voilà. Por tan sólo 3 dólares con 50 centavos obtienes 45 minutos de calma, de tranquilidad y, por qué no, 45 minutos de reflexión en los que discutes contigo misma la esencia de algunas dudas existenciales sobre el universo que te andan preocupando últimamente.
Eso o 45 minutos de Tinder, que también vale.
Yo soy de las que le gusta doblar la ropa in situ. Hasta las bragas las doblo. Es como un bonus de tiempo que obtienes en el caso de haberte pulido todo el minutaje, ejem, reflexionando. Pero cuidado: es aquí cuando viene el peor momento de la colada, quizá de todo el día, quizá de toda la semana. Ese puñetazo en el estómago disfrazado de tarea doméstica: doblar la sábana bajera. Y es que, amigos, ese es el momento en el que uno realmente es consciente de lo que es la soledad: Tener que hacer una bola con la sábana bajera porque no tienes a nadie con quién doblarla. Sniff sniff.
Así que, hundida, recoges los restos del naufragio y te vas a la mesita de doblado con la lágrima en el ojo, pensando que acabarás sola con un montón de gatos a los que llamarás mis bebés.
Ya sólo una cosa puede salvarte del tsunami emocional, salvarte el día y salvarte la semana: Terminar de emparejar los calcetines y que no sobre ninguno suelto. Qué más da la soledad. Eso sí que es pura felicidad.
_________________
Fin.
Me ha encantado. Menos mal que escribimos hace años...cuantas cosas se nos habrían olvidado si no lo hubiéramos hecho.
Ay Patricia, me encantan tus crónicas novayorkenses, y lo que me río con ellas, aunque sean viejunas ; )